Nadie puede resistirse a la tentación de imaginar, como podría continuar la novela cuya última página acabamos de doblar con nostalgia de finales.
Es difícil sustraerse a la fascinación de buscar palabras y ponerlas en la boca de un personaje que casi hemos llegado a ver con nuestros propios ojos.
Así comenzó, «El manuscrito de Pitágoras».