La irresistible ascensión de una mujer con las cosas claras
Un día antes, el viernes por la tarde, cuando aún no sabía que en menos de veinticuatro horas estaría hablando con el comisario Aronsson, nada más terminar la ceremonia de desagravio institucional a la perrita Kicki en Nyköping y después de despedir a todos, Anitta Bengtsson recogió sus cosas y se subió al coche de alquiler con el que, a primera hora de la mañana, había llegado desde Estocolmo. Conduciría cien kilómetros de vuelta hasta el hotel, apenas una hora larga, quizá más puesto que era ya fin de semana, pero sería una ocasión estupenda para reflexionar sobre sus siguientes pasos. El acto que ella había organizado, tal y como había previsto, había sido un éxito rotundo y estaba segura de que en los próximos días, recibiría una llamada del gobernador de Jämtland.
Pero las cosas no siempre le salían a Anitta como ella tenía previsto, ya que el gobernador no le llamaría en los próximos días. Parecía que el destino, como premio a que ella jamás se jactaba de los logros que conseguía gracias a las muchas horas que dedicaba a pensar las cosas, en ocasiones le regalase un bonus. Las cosas en este caso, le iban a salir mejor de lo que había calculado: efectivamente el gobernador no le llamaría en los próximos días, pues al entrar en la recepción de su hotel en Estocolmo, sintió que su móvil vibraba dentro del bolso. Era de la secretaría del Ministro de Justicia, citándola para una reunión en el despacho del señor ministro, inmediatamente.
Desde ese mediodía, el ministro había estado recibiendo numerosas llamadas de gente de la prensa, la política y hasta de compañeros del gobierno, de felicitación y de agradecimiento, por el emotivo acto que había organizado su departamento aquella mañana, en las instalaciones del Centro de Adiestramiento y Guía Animal. Con iniciativas así, no cabía duda que el espíritu social y la salud de la sociedad sueca se reconocían firmes y vigorosos.
En cuanto el Ministro tuvo al otro lado de su mesa de despacho, a la eficiente señora Bengtsson, responsable única, según había podido saber de todo aquello, le comunicó que esa misma tarde, había sido nombrada fiscal de Jämtland, en sustitución de su, hasta entonces jefe, Björn Lindqvist cuya afonía, probablemente, llevaba camino de hacerse crónica. Las cosas se hacían rápido en ese gobierno que, como podía ver, trabajaba los viernes por la tarde. Así que, el gobernador de Jämtland, a quien había causado una excelente impresión y que era quien la había propuesto para el cargo, y él mismo como ministro, depositaban en ella toda su confianza, para resolver cuanto antes aquel asesinato en serie: cuanto antes, ¿le oía bien? Y ya puestos, ¿coincidía ella con la línea de su antecesor de que aquello era un crimen espantoso, o por el contrario, consideraba ella que era una excavación arqueológica, desastrosamente dirigida por aquel profesor con coleta del instituto de Idre?
La nueva fiscal, nada más terminar de escuchar aquella pregunta, se levantó repentinamente de su silla al otro lado de la mesa del ministro, y le tendió con cordialidad la mano. Sí, le había oído bien. Estaba muy agradecida al ministro por su nombramiento como fiscal, pero si el señor gobernador y el señor ministro, querían una respuesta contundente y rápida a aquella pregunta que le acababa de hacer, lo mejor sería que ella regresara ya a su nuevo despacho de fiscal en Östersund, para encontrarla cuanto antes. Su maleta, que había preparado en el hotel tras recibir la cita del señor ministro, estaba en la antesala de ese despacho, bajo custodia del secretario del ministro y, en cuarenta y seis minutos, calculó mirando su reloj, despegaba un avión de regreso a Östersund que quería coger. El ministro, que se había levantado como un resorte y le estrechaba la mano con asombro y prevención, le respondió que sí, que sí, que por supuesto, que por supuesto, que como dijera la señora fiscal.
Cuando aquella mujer, instantes después, despareció tras la puerta de su despacho, el ministro, con una expresión de deslumbramiento y perplejidad todavía en su rostro, se sentó despacio en su sillón de cuero auténtico y lo acarició con verdadero cariño, mientras se sumía en unos vagos pensamientos de futuro. Esa mujer era realmente sorprendente. Al cabo de unos minutos de ensimismamiento, cogió el teléfono y llamó al director del Expressen para comprobar si, antes de que entrase en las rotativas la primera edición, podrían hacerse aún algunas rectificaciones de estilo, a la nota de prensa que les habían remitido desde su ministerio, notificando el giro drástico, dado tan oportunamente por el gobierno en el asunto de Idre, con el nombramiento al frente de la fiscalía de Jämtland, de una mujer con excepcionales dotes organizativas, personales y de mando, a la que se auguraba desde altas instancias políticas y de la propia cúpula del departamento, un porvenir político de altura. Tarde, porque la primera edición del sábado ya estaba en tintas, le respondió escamado el director del Expressen, que ya estaba tecleando un correo interno solicitando al jefe de redacción, esa nota de prensa del ministerio, para estudiar detenidamente, qué falsas correcciones de estilo precisaría aquel documento.
Cuarenta y seis minutos después, mientras dejaba el planeta, Anitta pensaba en su asiento del avión que la llevaba de vuelta a su ciudad que, puesto que el año dos mil diez quedaba demasiado cerca, el dos mil catorce en cambio, era una fecha fácil de recordar para unas elecciones en las que por primera vez, una mujer llegase a primer ministro en Suecia. Estaba de acuerdo en que en Suecia, era impensable formar un Gobierno, o nombrar comités estatales, con menos de un cuarenta por ciento de mujeres. Pero para ella, y seguro que para muchas, aquello era mejorable. Sabía que aquella sería una carrera de fondo, que empezaba en Idre, y estaba dispuesta a desentrañar aquel misterioso caso que habría de auparla unos escalones hacia su meta, lo más rápidamente posible.
del libro «El manuscrito de Pitágoras» de Alvaro Fossi.