Nadie puede resistirse a la tentación de imaginar, como podría continuar la novela cuya última página acabamos de doblar con nostalgia de finales.
Es difícil sustraerse a la fascinación de buscar palabras y ponerlas en la boca de un personaje que casi hemos llegado a ver con nuestros propios ojos.
Así comenzó, «El manuscrito de Pitágoras».
La Primera Dama, con una expresión seria en el rostro con la que trataba de disimular su sorpresa, volvió la cabeza hacia JFK con el teléfono todavía pegado a su sien.
—Es un tal Allan Karlsson, amigo de Onassis —le aclaró a su marido tapando el auricular. Éste, con gesto huraño, le hizo una seña para que continuara hablando y se fue hacia la puerta del dormitorio de la Primera Dama, la entreabrió, dijo algo a alguien que estaba detrás de ella, y la volvió a cerrar.
Y una de ellas, la nueva fiscal, Anitta Bengtsson, una elegante y discreta mujer de taritenta años que siempre ha sabido esperar su momento, resuelve en cuarenta y ocho horas el caso, si bien ella tiene muy claro que se trata tan solo del primer escalón en la irresistible ascensión a la presidencia del gobierno sueco que Anitta tiene debidamente planificada. La vida en Idre, desde hace una semana, se ha vuelto endiabladamente interesante.
Por su parte el director del instituto se sintió muy aliviado, cuando las medidas de protección de la policía en el lugar de los hechos, fueron retiradas. Inmediatamente tomó a su cargo la dirección y la reanudación de obras, pues lamentablemente, ya no se podía contar con el profesor de filosofía que se había convertido de repente, en un profesor de filosofía básico.
Las obras continuaron a buen ritmo y la empresa contratista entregó, según lo previsto, cuatro campos de béisbol, justamente coincidiendo con el alumbrado del Real de la Feria en Sevilla, la primavera siguiente. Pero aquello, por coincidencias precisamente de fechas, impidió la presencia del maestro Curro Romero, en la fiesta de inauguración de los cuatro campos aunque, no obstante, prometió su presencia para más adelante, ya que él jamás había faltado de Sevilla en abril.
Al quedarse viuda Jackie, Ari había quedado libre de su compromiso secreto con el hombre más poderoso del mundo, que desgraciadamente había dejado de serlo, debido a que algunos graciosos se habían dado cuenta, de que estaba camino de convertirse en el hombre más poderoso del mundo de verdad, con lo cual ellos, que no eran muchos pero eran transparentes, estaban empezando a dejar de serlo.
En dos años más, desde aquella noche en que tuve la oportunidad de hablar con él y echarle una manita desde el barco de Ari, ese joven sería reelegido por aclamación para un segundo mandato, y en los cuatro años siguientes, lograría poner de acuerdo a todo el mundo, es decir a todo el mundo, para ponerse a arreglar entre todos, los patios de todas las casas y de paso, todo el planeta azul.
Después su hermano que no era tan inteligente pero que era mucho más listo que él, se presentaría a la presidencia de los Estados Unidos, él también arrasaría, y tendría otros ocho años más para terminar el trabajo, con lo cual después de dieciséis años en esa línea, aquellos tipos extraños y oscuros dejarían por completo de ser transparentes, y no les quedaría más remedio que ser educados y respetuosos con el mundo. Y eso sí que no.
Tras bailar el repertorio casi completo y varios bises, los bailarines peruanos estaban ya exhaustos y bastante mareados. Allan, bien fresco aún, se despidió de ellos y volvió a la mesa dando todavía, ágiles saltitos de sirtaki.
—Ah, ¡qué de recuerdos me traen estas melodías helénicas! —le dijo con añoranza a Aronsson—. Me hacen recordar las fiestas en la embajada en París con Jackie. ¡Cómo se lo pasaba aquella mujer! Era una yegua de raza, con ganas de desbocarse. —Ahora ya, la añoranza había abierto paso a una nostalgia bobalicona en su sonrisa.