El anciano

 

El anciano

 

La Primera Dama, con una expresión seria en el rostro con la que trataba de disimular su sorpresa, volvió la cabeza hacia JFK con el teléfono todavía pegado a su sien.

—Es un tal Allan Karlsson, amigo de Onassis —le aclaró a su marido tapando el auricular. Éste, con gesto huraño, le hizo una seña para que continuara hablando y se fue hacia la puerta del dormitorio de la Primera Dama, la entreabrió, dijo algo a alguien que estaba detrás de ella, y la volvió a cerrar.

Jackie, continuó su sorprendente conversación con aquel desconocido que la había llamado a su línea privada en sus habitaciones del segundo piso de la Casa Blanca.

Muy pocas personas en el mundo conocían la existencia de ese número directo que no constaba en ningún registro. Era uno de los llamados números blancos que ella misma se había hecho instalar, con la ayuda de su cuñado Bob, al hilo de las ambidiosas obras de restauración que había emprendido nada más llegar a la Casa Blanca, con el más absoluto sigilo y con la intención de preservar su intimidad más reservada, ya que como se sabía en el Servicio Secreto, ella tenía muchas amistades europeas y, aún peor, canadienses.

Su marido por el contrario, que también era el Presidente de los Estados Unidos, no era nada sigiloso y como su hermano había podido experimentar con estupor en numerosas ocasiones, esta particularidad del presidente se disparaba cuando había lápiz de labios de por medio.

Su inquietante interlocutor conocía a un nuevo amigo de ella, un armador griego llamado Onassis, que al parecer él acababa de conocer también y además tenía su número privado. Sabía que había algunos problemas en su casa, blanca, y pretendía hablar con su marido el Presidente de los Estados Unidos, para resolverlos.

— ¿Cómo, con Jack? —relinchó la Primera Dama. Ella siempre había dicho, que aquel tratamiento protocolario con el que se distinguía a la mujer del Presidente no le gustaba, pues le sonaba a nombre de yegua de carreras. Sin embargo en ocasiones, las airadas respuestas de First Lady, le daban la razón—. Y ¿para qué?

—Confíe en mí, señorita Bouvier. Aunque Ari y yo, nos hemos conocido hace siete horas, nos une ya una gran amistad, y yo por otra parte, puedo decir que soy un viejo amigo de la casa. Blanca, quiero decir —le dijo Allan en dos tiempos, tratando de entonar con la mayor cordialidad y afabilidad aquellas palabras.

—Bueno, veré lo que puedo hacer —Jackie volvió a tapar el micrófono del auricular—. El tal señor Karlsson es un amigo de Onassis, y quiere hablar contigo. Te pido por favor que le escuches.

— ¡Pues claro que quiero hablar con él! Todos los amigos de Onassis, son mis enemigos —bramó el rey Arturo cogiendo con energía, el auricular que le tendía la reina Ginebra.

—Soy el Presidente de los Estados Unidos de América. Tengo esperando al Gabinete de Crisis de la nación, para comunicarles mi decisión acerca de si deseo empezar una conflagración mundial. Además, estoy tratando un asunto familiar muy importante con mi mujer. Como podrá deducir por todo esto, no tengo mucho tiempo. ¿Quién es usted y qué desea? —dijo el Presidente de otro tirón.

— ¿Eres tú, Jack, o debería llamarte John? Harry Truman prefiere que nos llamemos por nuestro nombre de pila, pero como quieras Jack— Allan Karlsson, parecía tener sólidas murallas alrededor de su alma, o quizá es que carecía por completo de ellas, pensó el joven presidente—. Soy Allan, y la verdad es que no tengo el gusto de conocerte personalmente, pero no descarto darme una vuelta por allí cualquier día que me levante temprano. Oye mira, te llamo porque sé que te has metido en líos y que tienes problemas en casa y en el trabajo a la vez, y ¡caramba!, eso tiene que ser jodido. Yo no lo sé, porque nunca he trabajado, lo que se entiende por trabajar, ni nunca he tenido una familia, si descartamos a Einstein, claro. Bueno, he tenido algún trabajillo que otro, pero poca cosa. Precisamente trabajando con vosotros, conocí a Harry, tu colega número treinta y tres, que me pidió que le echase una mano durante la comida en la que le vi convertirse en Presidente de los Estados Unidos. No quiero decir que haya un tipo de alimentación que te convierta en Presidente, sino que estando despachando juntos unas hamburguesas, entró un tipo del servicio secreto al que creo recordar que Harry llamó Humphrey Bogart, y le dijo que el pobre Franklin había muerto, de modo que él era Presidente desde ese momento. Pero bueno, no tengo mucho tiempo para contarte esto ahora, que esto es conferencia y el pobre Ari lo va a notar; si te interesa, me lo recuerdas en otro momento. El caso es que está conmigo Ari Onassis, que es mi mejor amigo. Acabamos de conocernos, pero quiero echarle una mano, y eso depende de ti. Por otro lado, quiero ayudarte con los líos en los que andas metido en casa y en el trabajo. Si tú quieres, te saco de los dos en un periquete, y salvamos el mundo y tu matrimonio. ¿Qué te parece, Jack?

            El Presidente, llevaba unos meses de locura permanente en casa y fuera de casa. A primeros de agosto, había sido lo del suicidio de Marilyn, la noche en la que él le dijo que ya no le dejaría más notas en la mesilla. En septiembre, fue Jackie haciendo un crucero con un griego forrado, que toda Europa había seguido encantada por las revistas de sociedad. Mientras tanto, los generales desde hacía un año largo, cuando pasaba junto a ellos, le hacían la gallina en los pasillos de la Casa Blanca, por no haberles dejado comenzar la tercera guerra mundial en Bahía Cochinos, y en octubre, los rusos le habían llenado el patio de atrás con cabezas nucleares. Todo aquello era fuerte, pero ocurría en el planeta tierra.

Él, después de oír a ese tal Karlsson largar esa parrafada, se encontraba muy relajado, porque sabía que en aquellos momentos, no estaba ya en el planeta tierra. La voz de ese tipo sonaba algo metálica y parecía emerger de otro planeta. Decía cosas que a él le sonaban familiares, pero dichas de ese modo parecían ser la visión de la realidad de un ser de piel verde y viscosa, con antenas pedunculadas en la cabeza. Así que tras escuchar a aquel ser, se notó ingrávido. ¿Serían los chicos de la NASA, que habían encontrado ya un sistema para tele transportar a la gente, y le habían querido dar una sorpresa probándolo con él, agradecidos por haber puesto en sus manos toda aquella montaña de dólares para que pudieran jugar tranquilos? En ese momento entró un oficial, y le pasó la nota que había pedido hacía unos momentos:

 

 

KARLSSON, ALLAN

Sueco de nacimiento. Se desconocen todos los demás datos biográficos. Sin embargo, hay constancia plena, contrastada por todas nuestras agencias y por los servicios de inteligencia de los dos lados del telón de acero, de lo siguiente:

 

—NOS ABRIÓ LOS OJOS EN LOS ÁLAMOS, EN EL ASUNTO DE LA BOMBA ATÓMICA, POR LO QUE GRACIAS A ÉL TUVIMOS LA BOMBA ATÓMICA A TIEMPO, ANTES QUE LOS ALEMANES DE PENEMUNDE.

—SE LOS ABRIÓ TIEMPO DESPUÉS, A LOS RUSOS.

—SUS COMPATRIOTAS SE NEGARON A DEJARSE ABRIR LOS OJOS POR ÉL, POR MOTIVOS DESCONOCIDOS,

—EXPERTO EN CUALQUIER TIPO DE EXPLOSIVOS.

—AMIGO ÍNTIMO DE MAO Y SEÑORA.

—AMIGO ÍNTIMO DE EINSTEIN.

—AMIGO ÍNTIMO DEL EX PRESIDENTE HARRY S. TRUMAN.

—AMIGO ÍNTIMO/ENEMIGO ÍNTIMO DE STALIN, QUE LO MANDÓ AL GULAG. (TRATAMIENTO HABITUAL DISPENSADO A LOS AMIGOS ÍNTIMOS/ENEMIGOS ÍNTIMOS DEL CAMARADA).

—SALIÓ VIVO DEL GULAG, NO SIN ANTES HACER SALTAR POR LOS AIRES, EL ESTRATÉGICO PUERTO DE VLADIVOSTOCK.

—PARADERO DESCONOCIDO DESDE 1.953.

Jack leyó el documento en un estado de relajación creciente, mientras Jackie hacía lo mismo por encima de su hombro, en un estado de creciente ansiedad. Él pensaba que, efectivamente los chicos de la NASA, sabían lo que hacían, porque todo aquello no se podía dar a la vez en una sola persona del planeta tierra. Ella pensaba que si un tipo como ése, acababa de conocer a su Ari, su Ari corría un grandísimo peligro.

—Jack, ¿estás ahí? —preguntó Allan.

del libro «El manuscrito de Pitágoras» de Alvaro Fossi.

 

 

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Categorías: El manuscrito de Pitágoras, Personas

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