—Pero aún queda el asunto de su marido —Aristóteles, de repente se había animado mucho, como cuando desde su barco veía la luz del faro de Skorpios surgir en medio de la oscuridad de la noche, señalándole el camino de vuelta a casa—. Ella no le dejará a él, mientras sea Presidente, por muchas joyas con que yo la cubra. El poder, es el poder. Además, me preocupa la reacción que pueda tener ese hijo de papá, contra mis intereses, ahora que se ha enterado de lo que han estado haciendo aquí su mujer y su cuñada, en las últimas semanas. Esos tipos del servicio secreto que vinieron aquí a recoger el equipaje de Jackie y Lee, al día siguiente de habérselas llevado a ellas, tenían una cara de chivatos que ni Peter Lorre.
Allan le dijo que no era para tanto y Aristóteles Sócrates Onassis, hijo de Sócrates, que era un hombre práctico, entendió perfectamente lo que su nuevo amigo le decía respecto de que, un tipo listo como aquel chaval irlandés, no iba a estallar sin más en un arrebato de cólera. Además, en esos días estaba en su momento más álgido, un asunto con los rusos en la isla de Cuba, que le tenía muy entretenido.
Los rusos, o más bien su líder Nikita Serguéievich Jrushchov, se habían metido en un callejón sin salida. A decir verdad, le habían metido a él, ya que a Nikita nunca le había parecido buena, la idea de instalar misiles nucleares a ciento cuarenta kilómetros de las costas de Estados Unidos. Pero otra cosa muy distinta era que le quisieran parar los pies a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en octubre de 1962, siendo él, Presidente del Presídium. De eso, niet...
Kennedy a su vez, había ordenado el bloqueo marítimo de la isla y el despliegue de unidades de la Navy para garantizarlo con el uso de la fuerza, si fuese necesario. Y tal y como iban las cosas, parecía que lo iba a ser. La cosa no iba en broma aquella jornada en la que Aristóteles había conocido a Allan, y Jrushchov había dado órdenes directas a los capitanes de los barcos de un convoy de supuestos mercantes, de romper el bloqueo impuesto, pasase lo que pasase. Allan en los días precedentes, había leído algo de aquel asunto en la prensa extranjera, tumbado en su hamaca de la playa, y se había divertido una enormidad con el fantástico crescendo, que estaban montando las dos partes. Aquella mañana, mientras leía la prensa que venía repleta de aquellas noticias tan alarmantes, pensó que le encantaría estar metido de lleno, en mitad de lo que parecía la tercera Guerra Mundial. Con cierta asiduidad, los deseos de Allan, inexplicablemente, corrían el peligro de cumplirse, y en ocasiones, en versiones mejoradas, como aquella que tendría lugar esa misma noche, mientras bebía un exquisito licor, nuevo para él.
Ari por su parte, había leído mucho sobre el asunto, en la cubierta del Christina de camino a Bali, preocupado por las probables repercusiones que aquello podría tener en sus negocios, y por el asunto de las últimas vacaciones de la Primera Dama, en su yate. Estaba convencido que Jrushchov y él, estaban en ese momento en la mente del Presidente de los Estados Unidos, si bien, como enemigos que han perdido ya la etiqueta de “potenciales”. Y no se equivocaba.
El hombre más poderoso del mundo estaba en aquel momento, a unos dieciséis mil cuatrocientos kilómetros de distancia en línea recta de ellos, y a punto de tomar una decisión que iba a cambiar el rumbo de la historia. Aquel tipo calvo, del otro lado del planeta, estaba dispuesto a dejar a éste susodicho, precisamente como su propia cabeza: limpio y sin nada a la vista. Después de haber escuchado, uno a uno, a todos los miembros del gabinete de crisis, que eran muchos, las opiniones que se inclinaban en darle una oportunidad a la paz y evitar a toda costa una confrontación armada con la URSS (incluida la de su hermano Bob), y de otro lado, las opiniones de los que preferían dársela a la industria armamentística nacional, estaban empatadas. El Presidente de los Estados Unidos de América, se levantó ceremoniosamente de la impresionante mesa rectangular de la Cabinet Room, donde se reunía el Comité Ejecutivo y les pidió a todos que le esperaran y rezasen, pues se retiraba para meditar su decisión. En realidad, lo que le pedía el cuerpo era ir a ver a Jackie, y continuar con la trifulca en la que llevaban enzarzados varios días, desde que la trajera el servicio secreto de regreso, de sus vacaciones en el yate de ese griego bajito. Aquella variante de enfrentamiento doméstico le vendría bien, para entonarse en el otro enfrentamiento planetario.
* * *
El Presidente de los Estados Unidos de América, tras la sorprendente charla que acababa de mantener con un desconocido sueco a más de dieciséis mil kilómetros de distancia, regresó a la gran Cabinet Room del Ala Oeste, donde se encontraba esperándole el Comité Ejecutivo más importante en la historia de la humanidad, o eso le pareció distinguir a Jack, entre aquella densa nube de humo de tabaco.
El aspecto radiante y enérgico con el que entró en la sala, hizo pensar al general y a los halcones que le habían visto salir abatido y cabizbajo, que algo iba mal. Su hermano pensó por el contrario que Jack, o había hablado con el espíritu de Norma Jean o con un extraterrestre, pero le encantaba ver a su hermano así.
—Señores —dijo cuando todos se hubieron sentado y un silencio expectante y tenso, sobrevolaba la mesa rectangular de la tabla redonda— vamos a enseñar a Nikita, cómo se juega al póker descubierto. Este juego lo inventamos nosotros, y nadie nos va a ganar ninguna partida jugando a él. No vamos a invadir Cuba —un murmullo de descontento salió de las sillas castrenses— porque vamos a hacer algo, mucho peor. Vamos a meter tanto miedo en la cabeza de nuestro enemigo, que sus efectos se prolongarán durante décadas, y dentro de treinta años habrá desaparecido la URSS y, en cuarenta, muy pocos se acordarán de lo que fue. Señores, a trabajar. De entrada, vamos a subir el pot de las apuestas de una manera espeluznante. General Taylor, llame al USS Mullinix de las fuerzas de bloqueo. Quiero hablar personalmente con el Contralmirante Tyree para decirle lo que quiero que haga —cuando el rey Arturo tomaba la palabra, los caballeros de la tabla redonda y todo Camelot, se sentían a salvo bajo su mano fuerte y sabia a la vez. ¡Larga vida al rey Arturo! decían casi todos, no todos.
Un rumor generalizado de aprobaciones estalló en la sala. Hasta los halcones más sanguinarios de los que se sentaban en aquella mesa, tuvieron que reconocer que aquel joven, decía unas frases que sonaban estupendamente bien. Mientras cierta algarabía se adueñaba de la sala del gabinete, con conversaciones entusiasmadas que se cruzaban entre unos y otros, el Presidente se acercó al otro lado de la mesa donde estaba su hermano y en voz muy baja le susurró al oído que preparase una reunión secreta con el embajador Dobrynin, para hacerle llegar un mensaje personal y directo a Jrushchov, con el que se iba a cagar: ya le contaría más adelante cuando estuvieran solos. Era el 25 de octubre de 1.962. Siguiendo el consejo que había llegado desde Bali, Robert Kennedy y Dobrynin, mantuvieron una entrevista secreta en la embajada rusa, y tres días después, el veintiocho, la URSS anunció que comenzaba el inmediato desmantelamiento de las bases de misiles en Cuba.
Días más tarde, al leer aquello en las páginas de la prensa extranjera, tumbado en su hamaca de la playa, Allan pensó que Nikita haría bien en purgarse él mismo, a ver si de una vez conseguía que le desaparecieran esas flatulencias.
* * *
«Al quedarse viuda Jackie, Ari había quedado libre de su compromiso secreto con el hombre más poderoso del mundo, que desgraciadamente había dejado de serlo, debido a que algunos graciosos se habían dado cuenta, de que estaba camino de convertirse en el hombre más poderoso del mundo de verdad, con lo cual ellos, que no eran muchos pero eran transparentes, estaban empezando a dejar de serlo. En dos años más, desde aquella noche en que tuve la oportunidad de hablar con él y echarle una manita desde el barco de Ari, ese joven sería reelegido por aclamación para un segundo mandato, y en los cuatro años siguientes, lograría poner de acuerdo a todo el mundo, es decir a todo el mundo, para ponerse a arreglar entre todos, los patios de todas las casas y de paso, todo el planeta azul. Después su hermano que no era tan inteligente pero que era mucho más listo que él, se presentaría a la presidencia de los Estados Unidos él también, arrasaría y tendría otros ocho años más para terminar el trabajo, con lo cual después de dieciséis años en esa línea, el planeta tierra sería un sitio bastante confortable donde vivir y pasarlo bien, de modo que aquellos tipos extraños y oscuros dejarían por completo de ser transparentes, y no les quedaría más remedio que ser educados y respetuosos con el mundo. Y eso sí que no.
De modo que decidieron gastarle una broma muy pesada, y poner en su puesto de presidente a su chico de los recados. Todo esto me lo contó Ari, que lo sabía de buena tinta, porque se lo había oído cuchichear en voz baja, a los del puesto de frutas de al lado, que aunque nunca se les podía ver porque eran transparentes, él les conocía bien y les oyó hablar de esas cosas, después de que todo hubo pasado.»